Estamos en el año 2023 después de Jesucristo. Toda Cantabria está ocupada por gente de bolos normal… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles bolísticos resiste, todavía y como siempre, al invasor.
Así, más o menos, comienzan los cómics de esos dos galos, el bigotudo y el grande que, acompañados de su druida viven sus particulares aventuras, manteniendo a raya al invasor.
Y aunque el del bigote y el grande son los protagonistas de las historias, no podrían lograr ni un solo éxito sin la ayuda del druida que conoce el secreto de la poción mágica que los hace invencibles. A mí siempre fue el personaje que más me llamaba la atención.
En la particular irreductible aldea bolística de la Acebosa también tienen a su druida. Durante años ha sido el facilitador de ese bálsamo mágico que usa la gente de bolos normal para enterrar los problemas. Toneladas de arena han pasado por sus manos para todos aquellos que necesitaban renovar su carnet de gente de bolos normal. Y acudían al druida de la Acebosa: Don Urbano Sánchez.
Y, centrados en el papel de suministrador de arena, han dejado de lado su faceta de druida, de líder de esa pequeña aldea irreductible. Seguro que no han reparado en que en La Acebosa el tiempo se ha detenido. Los bolos allí son lo más parecido a lo que siempre fueron hasta que nuestros particulares romanos se empeñaron en deportivizarlos. En la Acebosa se sigue jugando a los bolos como nunca debió de dejar de hacerse. Gracias a Don Urbano han resistido como lo que siempre debieron ser.
Es la prueba fehaciente de que no es imprescindible ver grandes boladas o a grandes figuras. Allí los bolos siguen siendo un acontecimiento social. Lo que eran cuando empecé a jugar. Pocos sitios quedan así.
Sitios en los que los bolos no son, sino la excusa, para reunirse. La bolera como punto de encuentro, como lugar de reunión. Nadie va buscando silencio o figuras. No esperan registros elevados. Allí aún se conserva la esencia de ese Bien de Interés Cultural Inmaterial que los políticos dicen conservar y proteger. Incluso se da la circunstancia de que aún puedes encontrar niños armando los bolos. Y no precisamente uno o dos… Allí hay un ambiente de bolos.
Y el mérito es de Bano. Eso es obvio hasta para los que no piensan como yo. Él ejerce de líder, no de jefe. Cuando hay que hacer algo, es el primero. Lo cómodo para cualquier jefe sería dar las órdenes desde su torre de marfil. Pero eso, a la larga, no se sostiene. Bano lo sabe. Por eso La Acebosa resiste. Porque ha cogido el legado y lo ha sabido mantener a pesar del giro que nos hemos empeñado en dar a los bolos.
Lo fácil hubiese sido dejarse llevar por la corriente. Ascender por la pirámide. De habérselo propuesto, en La Acebosa habría una bolera cubierta y, muy posiblemente, un equipo de División de Honor. Saber y contactos no le faltan para ello. Pero ha decidido resistir. Mantenerse fiel a su gente y a los bolos más auténticos.
Invito a cualquier político a pasar una tarde en La Acebosa. A quitarse el disfraz de cazador de votos. Así conocerán de primera mano que es eso de Bien de Interés Cultural Inmaterial del que tanto presumen sin tener ni idea. Porque dicen conservarlo y protegerlo, pero desconocen lo que es y lo que significa. Que se asomen a esa ventana a los bolos de verdad. Que mamen un poco de ese ambiente que allí se respira. Que entiendan que esto vá mucho más allá de tratar de llenar una bolera un viernes cualquiera de Agosto. Que para llenar una bolera no son necesarios premios millonarios, grandes figuras ni registros estratosféricos. En la Acebosa no falta nunca público. En las gradas, desde la ventana del bar, apoyados en el murete de la bolera e, incluso, en año jubilar, peregrinos que hacen una pausa en su discurrir por la Cantabria Infinita, para contemplar la estampa.
Porque La Acebosa goza de una ubicación privilegiada. Junto a la autovía y al lado de la carretera. Similar ambiente he podido encontrar en Lloreda, Riaño y Beranga. Mantienen también viva la esencia que nunca debimos permitir que le robaran a los bolos. Pero no gozan de la misma ubicación de La Acebosa.
Son lugares todos altamente recomendables para el que busque pasar una tarde de bolos como las de antes. Hay enclaves que se resisten a perder el encanto que hizo tan popular este juego. Pero, por encima de todos, al menos para mí, se encuentra La Acebosa de Bano.
Porque la diferencia, además de la localización, la marca Bano. Es el responsable de que haya esa actividad en La Acebosa. El encargado de mantener aquella bolera como punto de encuentro y reunión cada día que el tiempo lo permite. Si no es con la liga federada es con la de aficionados. Y si no, es la escuela. Y si no, algún torneo social que se saca de la chistera. Pero todo comparte un objetivo: que los bolos suenen y que la gente los oiga. Porque, al igual que es imposible demostrar que un árbol emite algún sonido cuando cae en un bosque deshabitado, nadie puede demostrar que los bolos siguen cayendo cuando no hay nadie que escuche su retinglar. Allí, en La Acebosa, siguen cayendo los bolos y además hay gente escuchando su sonido.
Todo gracias a ese particular Panoramix que se deja la piel cada día por mantener vivo nuestro juego. Ese que no es amigo de internet ni de redes sociales ni de todo aquello que huela a nuevas tecnologías. No le envíes un WhatsApp, no lo recibirá. Y, sin embargo, está enterado de todo lo importante.
Se que muchos pensarán que hago de menos a otros que realizan una labor similar. Es algo innato en la especie humana. Cuando destacas algo, automáticamente surge la indeseable comparación. Cada uno tenemos nuestra idea de Bano. Todas son igual de respetables. Me he limitado a exponer la mía. Si alguien se siente ofendido o menospreciado, probablemente no haya entendido nada o yo no haya sabido explicarme bien.
Me hubiese gustado que estas líneas fueran un poco más acordes con el ambiente y el sentimiento que despiertan pasar una tarde en La Acebosa. Lo he intentado varias veces y no lo he conseguido. Una y otra vez ha asomado mi lado racional. Posiblemente, porque ese lado racional es consciente de la importancia que tienen Bano y La Acebosa para el negro futuro que aguarda al juego de los bolos. El mismo lado racional que me llevará a realizar la visita anual correspondiente a La Acebosa hasta que uno de los dos se aburra.