La verdad es que me gustaría contar algo de la categoría de aficionados. Me gustaría contar que a pesar de todo, guarda algunas pícaras similitudes con las ligas federadas, que el nivel es muy alto, al menos en la de Torrelavega. Y también me gustaría decir que es la mejor manera de disfrutar y conciliar.
Pero por otro lado, tengo gente que reclama que no deje sin contestación las falacias vespertinas de los lunes. Y como escribo para quien me quiera leer, pues tengo que contentar a los que me piden un poco de acción, un poquito de goma 2 o al menos tirar algún petardo sin mala intención.
Resulta ahora que los ilustres tertulianos que otorgan los carnés de bolístico en función de las toneladas de arena cribadas también se atreven a colgar la etiqueta de normal a la gente. Y lo hacen con la facilidad y el criterio habituales, porque ellos son “gente de bolos normal”. Quien no piensa como ellos son “eruditos tontos del culo”.
Me había propuesto no escuchar más la tertulia de los lunes, pero ese mismo día por la noche ya tengo varios mensajes resumiendo lo más esencial del programa. Y como me gusta sacar mis propias conclusiones, pues me toca perder 90 minutos en oír las sentencias que dicta la “gente de bolos normal» que han cribado entre todos más toneladas de arena de las que jamás han salido de la cantera de Bano.
Ahí se juntan en Concilio los lunes a repartir carnets de gente de bolos. Y cómo eso les parece poco, ahora se dedican a colgar etiquetas de normalidad. Quizá olvidan que el concepto de normal está muy relacionado con la media. E igual tampoco tienen en cuenta que hay un criterio matemático que determina lo que es normal. Media y normalidad van de la mano e incluso se puede representar con un dibujito, para entenderlo mejor: la campana de Gauss.
Si te fijas en el dibujo se considera normal lo que se encuentra en torno a la media (μ) y el límite lo marca la desviación típica (σ) . Dependiendo del criterio del normalizador, podemos coger una desviación típica o dos. Por ejemplo, a la hora de medir las altas capacidades se cogen dos desviaciones típicas, de manera que todos los que superen el valor medio más dos desviaciones típicas se consideran sujetos de altas capacidades (un 2,5% de la población). Los sujetos que se encuentran entre menos dos desviaciones típicas y más dos desviaciones típicas en torno a la media son sujetos normales, el 95% de la muestra.
Podríamos seguir con fórmulas y demostraciones, pero sería un coñazo y no es el propósito. La idea es quedarnos con que normalidad y media están relacionadas. Los sumos sacerdotes bolísticos en su tertulia se consideran normales y etiquetan al resto en base a su propia campana de Gauss.
Eso no es malo. Pero yo no necesito la etiqueta de normal porque no lo soy. Así que no se equivocan si no me la conceden. Tampoco necesito su carné de gente de bolos. Tiene tanto valor como el tribunal que lo emite.
Ya he dicho que me gustaría hablar de la Liga de Aficionados de Torrelavega. Del ambientazo que hay en la bolera de Somahoz, que no lo recordaba yo desde los tiempos de la Atalaya 13. Del nivel y la igualdad que estoy viendo. Puedes ganar a cualquiera y perder con cualquiera. Me recuerda mucho a la tercera, que yo viví hace casi 20 años y que terminó por engancharme a este juego.
Pero los repartidores de normalidad no me lo permiten. La verdad es que me encanta escuchar las animadas charlas de los repartidores de normalidad cuando hablan sobre bolos: los equipos, las tácticas, las estrategias y las peculiaridades de nuestro deporte. Es realmente entretenido. Sin embargo, también me frustra que no puedan mantener esa tertulia durante más de una hora. Después, vuelven una y otra vez a lo de siempre, a hablar sobre lo normal y lo que se ha hecho toda la vida
Y entonces sale de nuevo la reestructuración a pasear. Claro, es que la reestructuración no es normal, no tiene nada que ver con lo que se hizo toda la vida. Dice la Real Academia de la Lengua Española que mediocre es un adjetivo que significa de calidad media.
Ya hemos visto que la media es la que marca la normalidad. Cuanto más cerca está de la media, más normal. Cuanto más se aleja de la media, menos normal. Si lo que molesta de la reestructuración es que no es mediocre, tienen un problema. Bajo mi punto de vista, porque la normalidad y la mediocridad son barreras para el avance.
Imaginemos por un momento que en los tiempos de Atapuerca todos hubieran sido normales, pues allí seguiríamos, vistiendo con pieles y comiendo carne cruda. Seguro que al primero que se le ocurrió acercar un trozo de carne al fuego le llamaron de todo. Pero gracias a él, ahora la gente normal puede elegir el punto del chuletón.
Admiro y respeto su capacidad de conformarse con lo ordinario, con lo que se hizo toda la vida. Son capaces de mantenerse en la normalidad sin ni siquiera esforzarse. Y respeto profundamente que les asuste salir de su zona de confort. Están en su derecho de asustarse.
Pero no puedo entender que por muy normal que seas, no respetes al que no se encuentra cerca de tu postura, porque normalidad y mediocridad van de la mano y ambas son un lastre para el avance de cualquier sociedad. Seguramente esta sea una de las causas del declive de los bolos en los últimos años: la persecución a todo lo que no es normal.
Sí de una muestra eliminas los extremos, esta se agrupa en torno a la media. Se vuelve más normal, para gozo de muchos y de la normalidad a la mediocridad hay una línea muy fina. Y así nos luce el pelo.
Cuando un grupo de individuos expulsa la creatividad y la individualidad, elimina toda posibilidad de avance. Los que se quedan en el grupo son los normales, los que tienen menos capacidad de promover soluciones distintas. Y en eso andan los de siempre, en perseguir a los que no son normales. De ahí la nueva etiqueta de “gente de bolos normal que ha cribado toneladas de arena”.
Termino por hoy con una cita del difunto Carlos Ruiz Zafón, creador de personajes tan poco normales como David Martin y Diego Marlaska:
La envidia es la religión de los mediocres. Los reconforta, responde a las inquietudes que los roen por dentro y, en último término, les pudre el alma y les permite justificar su mezquindad y su codicia, hasta el punto de creer que son virtudes y que las puertas del cielo sólo se abrirán para los infelices como ellos, que pasan por la vida sin dejar más huella que sus trapaceros intentos de hacer de menos a los demás y de excluir y, a ser posible, destruir a quienes, por el mero hecho de existir y de ser quienes son, ponen en evidencia su pobreza de espíritu, mente y redaños.
Bienaventurado aquel al que ladran los cretinos, porque su alma nunca les pertenecerá.
Eso es todo. A los que no les gusta que exprese mi opinión personal y única, solo me queda recordarles que valgo más por lo que callo que por lo que cuento. Y que, por mucho que se esfuercen, por mucho que ataquen y expulsen a los que no son normales, siempre, como demostró Gauss hace mucho tiempo, habrá un 5% de la población bolística que se saldrá de su normalidad. Lo único cierto es que ese 5% cada vez lo formamos menos personas porque el total del grupo continúa menguando. Así que siempre tendrán algún rebelde al que lapidar.