Creo que estamos ante el mayor error de la historia bolística. Y no se trata de a cuántos bolos se cierra, de los límites del emboque o su valor, ni de a cuántos chicos se disputa un partido ni nada por el estilo. Es un error de análisis que condena al fracaso todos y cada uno de los proyectos o ideas que se pueden poner en marcha.
Seguramente sea un automatismo en la mayoría de las personas, pero identificar bolos con jugadores de primer nivel es un error. Porque todo los planteamientos que puedan surgir a partir de ahí están condenados al fracaso.
Tenemos la costumbre de comparar los bolos con otros deportes. Quizá por ello pensamos que las figuras son imprescindibles para captar la atención de los niños. Pues estamos bastante equivocados. Esas figuras sirven para retener a los chavales, pero no para captarlos. A los niños los capta el juego en sí. Una vez metidos en el juego conocen a las figuras y eso los alienta a mejorar y parecerse a ellas.
Ningún chaval comienza a jugar al fútbol porque quiere ser como (rellene aquí el nombre de su estrella favorita)… NO. Los chavales comienzan a jugar al fútbol porque le dan una patada a un balón. Luego, viene el proceso que los introduce en el mundillo y es entonces cuando descubren de qué equipo son y cuáles son sus referentes.
Pues en los bolos sucede igual. Los chavales se enganchan viendo bolos. Así ha sido toda la vida, hasta que nos hemos empeñado en centrarnos en una élite que no sirve para captar niños.
Lo vemos, los que hemos jugado a esto todos los veranos. No somos ni Víctor, ni Óscar, ni Salmón pero el juego que practicamos hace que el forastero o los niños pasen su media hora contemplando nuestros morrillazos. Y somos malos, muy malos…. Y ahí están porque algo les hace estar allí y se adivina en su cara que quieren probar suerte. Supongo que lo mismo que impulsaba a nuestros antepasados a pasar horas en la bolera contemplando el juego del cura y del médico o de los segadores del pueblo mientras esperaban a que la bolera quedara vacía para hacer sus pinitos…
Porque a los ases los veían, con suerte, un par de veces al año. No los conocían. Y ahí, sin ases, estaban enganchados al juego, no a los jugadores. No soñaban con emular a El Zurdo de Bielva, Salas, Ramiro, Cabello, Arenal, Tete, Salmón,…. No, soñaban con un par de minutos para probar suerte en este maldito juego que tanto engancha….
Yo no me enganché a los bolos porque ví a Tete o a Arenal…. Que va. Yo me enganché a los bolos porque cuando volvía de la Playa de El Camello me quedaba con la barbilla pegada a la barandilla de la bolera de San Martín. Y seguro que no he sido el único. Me enganché porque había una bolera con actividad diaria…. Ahora ya conocemos la realidad
Igual es hora de dejar de insistir en el error y perseguir que haya más boleras con actividad para que los bolos por sí mismos logren hacer su magia….