El Benidorm del Norte, un Senado bolístico y el fracaso de una brillante (y genital) idea

(Venimos de aquí)

_ Daniel coño, vete al tiro. 

Roberto, su compañero de tirada volvía a sacarle de su ensoñación.

Con desgana Daniel abandonó su puesto y arrastró los pies hasta la zona de tiro.  El árbitro, silbando ahora la pasá de Carmona, le dedicó una mirada asesina por su despiste.

Daniel le devolvió otra de asco y siguió su lento paseo. Recuperó el hilo de sus pensamientos y recordó la segunda de las grandes ideas que el Senado de sabios bolísticos había anunciado tras una larga deliberación:

El Gobierno Regional, muy sensibilizado con el enorme potencial turístico de Cantabria y, convencidos de que el cambio climático convertiría nuestra región en el Benidorm de la segunda mitad del siglo XXI, adoptaron una serie de medidas para favorecer la transformación.

Por ello, prohibieron bajo sanción de seis mil euros, toda actividad ruidosa en los núcleos de menos de diez mil habitantes. Los urbanitas venían a descansar y no podía consentirse que gallinas, campanas y labores agrícolas enturbiaran su estancia en Cantabria.

El Senado bolístico, consciente de la importancia de alinearse con los posicionamientos del gobierno, tuvo otra de sus más brillantes ideas:  prohibir las competiciones no federadas, que se disputaran al aire libre para no molestar a los turistas.  Rápidamente se convocó una asamblea extraordinaria de la Federación para adoptar la medida propuesta por los sabios.  Convirtieron así en clandestinas las numerosas ligas de aficionados y los torneos sociales de numerosas peñas.

Poco les importó que ello significara acabar con los sociales de las peñas más modestas.  El que quisiera tirar sociales siempre podría hacerse socio de las peñas titulares de boleras cubiertas.  Y los jugadores aficionados ya sabían lo que tenían que hacer: pasar por la caja de la Federación Cántabra de Bolos para oficializar su licencia e inscribirse en las ligas federadas no proscritas.  Toda la gente de bolos normal aplaudió la brillante idea.  Era, sin duda, la mejor manera de recuperar a todos esos disidentes que jugaban a los bolos en la más absoluta anarquía. 

Pero a pesar de lo brillante de la medida, no surtió el efecto esperado.  Ni un solo aficionado volvió al redil federativo.  Eran tan necios y tercos…. Y la prohibición fracasó.  Como fracasan las cosas que tienen poco sentido.

Dos geniales y a la vez, genitales, ideas quedaron en nada.  Qué mala suerte.  El resto del mundo había vuelto a conjurarse contra los bolos.  Como siempre, el universo no encajaba la sabiduría y experiencia del Senado bolístico.

De nada sirvieron los insultos y vejaciones de los charlatanes radiofónicos. Ni sus alegatos defendiendo las bondades de la prohibición. Daniel tampoco comprendió el egoísmo de los aficionados que se negaron a reintegrarse en el esquema federativo.  Si lo hubieran hecho,  la situación de los bolos en aquel 2040 habría sido bien distinta.

_ Roberto Noriega 27, totaliza en este concurso de cuartos de final 174.  Que sumados a los 298 bolos de concursos anteriores,  hacen un total de 472 bolos

 informó el árbitro auxiliar por megafonía.

_ Se le salió la cadena al tonto este, murmuró Daniel. 

Venga que ya acabo este suplicio pensó para sus adentros.  Ejecutó con la elegancia habitual el tiro.  subió 11 bolos y birló otros 17.

_ 28 total,  gritó el presidente de la Asociación de Peñas.

 

_ Daniel Soler 28, totaliza en este concurso de cuartos de final 141. Que sumados a los 299 bolos de concursos anteriores hacen un total de 440 bolos.  A continuación efectuarán sus tiradas Teresa Carrasco que cuenta con 301 bolos y Eva Vallejo que cuenta con 303 bolos.

Los diligentes miembros de la organización colocaron el tablón que delimitaba el birle reglamentario de las mujeres. Mientras tanto Daniel firmaba la hoja de registros y tiraba con desdén la copia al suelo.

_ Felipe ahora te hago un bizum, 

le dijo Daniel al pinche-presidente  que apoyaba los bolos con suavidad en el tablón mientras adecentaban la bolera.

Daniel guardó las bolas en la bolsa. Extrajo el asa de la misma y se dirigió al coche. Abrió el maletero de su flamante vehículo eléctrico. Escuchó entonces el pitido que le avisaba de la poca batería que le quedaba. Tiró con rabia la bolsa al maletero y lo cerró con violencia. Tentado estuvo de asestar una patada a una piedra cercana, pero recordó la imagen de la mujer de Valladolid desplomándose sobre el suelo y prefirió abstenerse.

Le apetecía un calimocho con mucho hielo, qué cojones. Pensó para sus adentros. Pero si ya no tiro más. Así que encaminó sus pasos hacia el bar. Por suerte para él, no había un alma. Diez años antes habría tenido que soportar a todos los aficionados mirándole con pena y tratando de animarle. Dejó caer su cuerpo sobre la banqueta y pidió con firmeza un calimocho bien cargado y con mucho hielo.

Nueve euros le dijo el camarero, seis por el combinado y tres por el hielo, poniendo el datáfono encima de la barra. Hacía tiempo que el pago por adelantado era costumbre obligatoria. La crisis económica parecía no tener fin. Los precios crecían constantes a un ritmo del 8% anual. Como la gente se negaba a renunciar a sus ratos de ocio, los simpas se habían vuelto un tópico. Las diferentes asociaciones de hosteleros instauraron entonces el pago por adelantado. Daniel acercó su tarjeta al terminal. El pitido confirmó la operación. Agarró el vaso y se dispuso a ir de vuelta a la bolera.

_Si lo va a consumir fuera del local son tres euros más,

le hizo saber el camarero.

Daniel se bebió de un sorbo el calimocho, se volvió, depositó con rabia el vaso en la mesa y le dijo al camarero:

–pues ponme otro para llevar que aquí no hay quien aguante. Y en un vaso limpio.

— doce euros caballero,

le indicó depositando el datáfono de nuevo en la barra.

Daniel repitió la ceremonia de pago con la tarjeta hasta que el pitido indicó que la operación era correcta. Cogió el recipiente, empañado por efecto de las piedras de hielo y se giró hacia la puerta.

–no olvide devolver el vaso, señor,

escuchó Daniel a sus espaldas cuando la puerta del local se cerraba.

Lo tienes claro, pensó Daniel. Se dirigió a la bolera con paso lento. Escogió un sitio a la sombra y se dispuso a hacer que observaba, con atención, el juego de Teresa y Eva, que ya se encontraban en la raya al medio.

Repasó mentalmente por enésima vez los argumentos socialmente aceptados por los que se asimilaba e igualaba el juego femenino al masculino. Y por enésima vez no los comprendió. Pero había que callarse. No era de recibo poner de manifiesto las evidentes diferencias entre uno y otro juego. Lo mejor era dejarse llevar por el rebaño. Había visto como degollaban, públicamente, a aquellas ovejas díscolas que osaban decir que ambos juegos no tenían nada que ver.

Él mismo pensaba que el bolo femenino nada tenía que ver con aquel Discóbolo que describía la literatura antigua. Que aquello era birlar para arriba y birlar para abajo. Que subir cuatro bolos desde 18 metros y dejarla de caja requería de un esfuerzo y una preparación, cien veces mayor, que hacerlo desde 10 metros. Para cualquiera era evidente. Pero también era igual de evidente, que hacer públicos esos pensamientos, era boleto seguro para una lapidación pública.

Las lapidaciones estaban a la orden del día. Fruto de la progresiva islamización que había sufrido la República Federal española. Curiosa batalla la que se había librado. En ella, la minoría musulmana había renunciado a su rechazo cultural al género femenino, pero no había cedido un ápice en el tema de las lapidaciones. Así que la pena de lapidación pública se incorporó al sistema judicial gracias a la mayoría progresista del Congreso. Siguiendo instrucciones de la fiscalía general del estado, fue la pena de moda entre los fiscales, con el objetivo de su rápida asimilación por parte de la sociedad española. Poco importó nuestra expulsión de la Unión Europea, suceso que aprovechamos para librarnos de devolver la millonada recibida en fondos públicos.

Capítulo 1: El Campeonato número 100

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