Sábado, 21 de julio de 2040, 38 grados de temperatura. El cambio climático es lo que tiene. En una bolera de Cantabria, esa temperatura no era normal hace 20 años. Ahora es la tónica. Aunque su cercanía al río y los árboles la protegen del calor, el hormigón quema al tacto. Quizá por ello la grada esté desierta, salvo dos turistas de Valladolid huyendo de las altas temperaturas de su ciudad. Ambos acaban de disfrutar de una copiosa comida vegana en el restaurante próximo, la carne hace 10 años que se prohibió y el único rastro de la vaca tudanca son los fósiles que se conservan en el museo levantado al efecto.
Charlan animadamente, aprovechando la sombra y sin ningún interés por el esfuerzo realizado por los jugadores y las jugadoras, sobre los dos euros que les han cobrado como suplemento por el hielo del café con el que han rematado la comida. Se sorprenden cuando uno de los jugadores les advierte de que el silencio es esencial, dado lo importante del título en juego. Las formas del jugador no son lo más apropiadas, así que optan por abandonar el lugar. Pero no pueden evitar tropezar en los escalones de la grada. Desconociendo el desarrollo del juego, la aparatosa caída tiene lugar justo en el momento en el que el jugador, cabreado, se disponía a lanzar la tercera bola de su sexta mano. Distraído por el estruendo de la cabeza del pucelano al chocar contra los carteles metálicos de la bolera, no puede evitar echar un caballo.
Enojado, asesta una patada a la bola, con tan mala fortuna que termina impactando en la cabeza de la esposa del malogrado vallisoletano. Esta había entrado de un salto en la bolera, alarmada por la cantidad de sangre que teñía de rojo el cutío. El árbitro, en ese momento abandona su aparente estado de ensimismamiento. Deja de silbar Viento del Norte y sus manos, antes cruzadas a la espalda, hacen ostensibles gestos a sus compañeros en la mesa, indicando que hay que detener el juego.
Alguien de la organización avisa al 112. Tras relatarles el aparatoso accidente, les informan que el helicóptero de Salvamento se encuentra en Valdecilla, donde acaba de llevar a la tercera octogenaria osada de hoy que acabó rodando por las escaleras del Faro del Caballo mientras competía con su nieto por ver quién llegaba abajo primero.
Con más retraso del esperado, el helicóptero tomó tierra en el birle de la bolera. El puñado de familiares de los contendientes y las contendientas, entienden rápidamente el motivo del retraso. Los auxiliares se apresuran en bajar del aparato al “nuevo” presidente del Gobierno de Cantabria que tenía prevista su asistencia al centenario del Campeonato Regional. El helicóptero ha adelantado su traslado aprovechando el accidente. Tenían que llevarle sobre las 7 de la tarde, pero ya que estaban, se ahorraban un viaje. Los años no le han perdonado. La enfermedad tampoco. El deterioro físico es evidente, el mental manifiesto desde hace tiempo. Pero su pasión y amor por la tierruca son más fuertes.
Tras 15 años presentando Cine de Barrio, decidió dejar el programa de máxima audiencia de la Televisión de la República Federal. Toda vez que “El Hormiguero” fue prohibido por explotación animal, el señor de las anchoas fue uno de los colaboradores que se disputaron los medios de comunicación una vez finalizado su periplo presidencial. Eso le ha permitido seguir publicitando su tierra cada sábado por la tarde de los últimos quince años.
Pero, con su partido al borde de la desaparición y cientos de militantes y empresarios indignados por no saber nada de lo suyo, dejó las ondas televisivas y retornó dispuesto a retomar el poder. Como el Cid. Y arrasó. La red clientelar, que también parecía muerta tras 15 años de inactividad, se reactivó y logró la ansiada mayoría absoluta que dejó estupefacta a la sociedad cántabra. Indra había perfeccionado el recuento y, en apenas cinco minutos tras el cierre de los colegios electorales, los resultados eran conocidos por todos. El recuento manual de los votos y la comprobación de las actas habían sido eliminados del sistema electoral español para impedir que, los posibles errores humanos, afectaran al progreso de la nueva República Federal.
Los dos enfermeros que siempre lo acompañaban y el propio presidente se acomodaron en el amplio espacio reservado a las autoridades, mientras, el médico del helicóptero se apresuraba en detener la hemorragia del pucelano y practicar la RCP a su esposa que yacía inconsciente en el birle.
El jugador visiblemente disgustado, hacía gestos al árbitro de que debería repetir la tirada completa dado lo extraordinario de lo acontecido. El árbitro había retomado el estribillo de Viento del Norte mientras contemplaba, manos a la espalda, como la brisa mecía las hojas de los árboles que rodeaban la bolera. En la zona de tiro, las dos contendientas que tenían programada su intervención a continuación realizaban los estiramientos de rigor sin que nada pareciera perturbar sus rutinas de concentración.
Y no era para menos, por primera vez tenían la oportunidad de demostrar que su juego era, tanto o más efectivo que el de los hombres y que, en la misma bolera eran capaces de derribar tantos o más bolos que sus rivales. De hecho, el cartel de aquella tarde lo componían cinco mujeres y tres hombres. En este caso no procedía aplicar el principio de paridad, toda vez que, las normas del campeonato establecen claramente que, al menos, 4 de los participantes en la fase final deberían ser mujeres. Cubierto el cupo de 4, una quinta contendiente había entrado entre los 8 elegidos y elegidas. La lideresa del Campeonato Regional de Única Categoría contaba con 317 bolos.
Mientras tanto, un numeroso grupo de miembros de la organización se afanaba en ayudar al médico a salvar la vida de los desafortunados turistas. Los esfuerzos de uno de ellos en las maniobras de resucitación surtieron un efecto no deseado, fracturando y hundiendo una de las costillas en el pulmón derecho de la víctima, agravando su estado. El médico, tras escuchar el crujido de la costilla hizo una seña al piloto del helicóptero para que pusiera en marcha el aparato. A la carrera, metieron los dos cuerpos inertes en el helicóptero.
El vehículo medicalizado despegó, no sin volver a desprender una gran cantidad de hojas que cayeron sobre el terreno de juego. De nuevo, los diligentes operarios del equipo organizativo actuaron con toda la premura posible para retirarlas. El malestar del jugador iba en aumento ante los acontecimientos.
_Esto parece un circo… murmuraba
Terminada con éxito Viento del Norte, el árbitro comenzaba, ahora ya a pleno pulmón, con bastante infortunio “Ven aquí a mi lado, mi morenuca…” haciendo lo posible para que se le escuchara sobre el sonido del helicóptero alejándose raudo hacia Valdecilla.
Continuará…. o no.