Un Bizum en el limbo, una emperatriz inesperada y una amistad fracturada

(…Venimos de aquí)

Los ojos de Felipe seguían atentamente todos los movimientos de Daniel. Lo conocía bien. Jugaron muchos años juntos. Llegaron a ser uña y carne. Por eso Felipe sabía que el Bizum prometido se haría esperar mucho. Uno no se hace millonario soltando el dinero a las primeras de cambio.

Mientras los organizadores se afanaban en refrescar y adecentar la bolera, Óscar Medrano y la lideresa del Regional, Angela González efectuaban su calentamiento. El árbitro auxiliar había abandonado su sopor y trazaba una línea con la punta del emboque a la distancia reglamentaria del tablón femenino, aprovechando la marca dejada por el retirado por la organización del concurso anterior.

Mientras tanto Felipe, abandonando su papel de pinche, ejercía el de presidente de la Asociación. Supervisaba toda la operación. Las competencias sobre responsabilidad deportiva de la máxima categoría habían sido transferidas a la Asociación de Peñas por la asamblea electa en 2024. Una vez asumidas las económicas en el motín de 2008, no tenía sentido que una asociación, que decía representar a todas las peñas de bolos, no tuviera plenos poderes en el plano deportivo.

Los dos intentos fallidos de colocar al frente de la Federación a una persona que no deshiciera el castillo de naipes, que tanto había costado levantar, fracasaron.

Primero con Serafín y luego con Norberto. Ambos habían salido ranas y no siguieron las líneas maestras que les habían marcado. El núcleo duro del sanedrín bolístico se dio cuenta entonces que no había más candidatos. Que todos los presidenciables iban a querer dejar su propia huella en los bolos. No podían correr el riesgo de que tropezaran con alguna alfombra mal colocada.

Cayeron en que estaban buscando el perfil erróneo. Tantos años remando en dirección contraria a la sociedad les habían hecho creerse su propia mentira. Afortunadamente reconocieron su error. En el siglo XXI las mujeres eran el centro del mundo. La sociedad había decidido, con buen criterio, recompensar tantos años de opresión machista. Y pensaron en ella. Perfecta conocedora del mundo holístico. Con relaciones a nivel político. Confesa admiradora de aquel equipo de gente que había elevado a la categoría de deporte un juego de aldea. Así lo había reflejado siempre en sus crónicas. No era dudosa ni sospechosa. ¿Cómo no se habían dado cuenta antes?. La fábula del traje del emperador hizo el resto.

Nadie en el grupo de gente de bolos normal se atrevería a decir que el emperador en realidad estaba desnudo. Los contados disidentes con la versión oficial habían sido sometidos a un concienzudo programa de pérdida de credibilidad. Habían sido señalados y juzgados.

Y así fue como los bolos tuvieron a la primera presidenta de su historia. Conformar la candidatura que la apoyara fue muy sencillo. Ganar por aplastante mayoría las elecciones lo fue aún más. Eran muchos los que le debían el favor de alguna foto o alguna crónica de sus actividades. Norberto y su equipo de chalados no tenían nada que hacer frente a ella. El escándalo que se formó cuando Norberto felicitó con un beso en la boca a la campeona de España en 2023 tampoco facilitó su trabajo. Era otro plan sin fisuras. Otro éxito de los magníficos gestores que habían diseñado la transformación de aquel juego de paletos en deporte de competición.

Norberto se retiró de la actividad Bolística y optó por la política dentro de un partido residual. Idealista, como pocos, seguía creyendo que otro modelo de gestión política era posible. Poco a poco su voz se fue apagando al igual que el sonido de los bolos al retinglar.

Y es que los nuevos materiales introducidos por la Asociación de Peñas, una vez asumidas sus competencias, no sonaban igual. Caían mucho mejor, pero no sonaban igual. Un sonido ronco y apagado, apenas perceptible, que quedaba muy lejos de aquella inconfundible melodía de una bola de cinco bien birlada. Todo fuera por el espectáculo. Porque seguían convencidos que la gente quería ver caer más bolos. Ahora los riñones de Felipe se resentían de aquella decisión. Si pudiera volver dieciséis años atrás no permitiría que se tomara. Pero quién iba a prever todo lo que ocurriría después. En aquella época los bolos de élite eran incombustibles. Era un deporte de éxito, nunca faltarían pinches porque su músculo financiero era espectacular.

Y ahí estaban Felipe y sus riñones. Lamentando la decisión. Y lamentando también que no surtiera el efecto adecuado. Nadie pensó que el público fuera tan ignorante como para no caer rendido ante los miles de bolos derribados en cada competición.

Felipe abandonó por un momento la nostalgia que le embargaba y se metió de lleno en su papel de pinche. Necesitaba los cinco sentidos para ello. Debía prestar la máxima atención para no confundirse. Mientras plantaba con firmeza cada uno de los nueve bolos buscaba con la mirada la figura de Daniel. Aún no había vuelto del bar. A saber si el desgraciado se había dado a la fuga. Lo dudaba, los arranques de furia de Daniel eran reconocibles. No recordaba haber escuchado el sonido de los espejos retrovisores impactando contra el asfalto. Esa era la melodía que había acompañado todos los intentos frustrados de Daniel de alzarse con el título de campeón Regional de la máxima categoría.

Al tiro, Óscar Medrano que cuenta con 309 bolos. Preparada, Eva Vallejo que cuenta con 317 bolos.

Todo estaba dispuesto. Felipe respiro hondo. Ignoró los lamentos de sus riñones y se dispuso a armar un nuevo concurso de aquel histórico campeonato regional.

Mientras tanto, Daniel se encontraba de nuevo en la barra del bar tarjeta en mano.

Dos calimochos uno para tomar aquí y otro para llevar.

Veintiún euros señor

contestó el camarero.

Daniel acercó la tarjeta al datáfono y espero a que le sirvieran sus consumiciones. Apuró la primera de un trago y agarró la segunda para disfrutarla a la sombra de la bolera.

Recuerde devolver el vaso, caballero 

le pareció escuchar a su espalda mientras abandonaba el local.

Espérame sentado majo, pensó Daniel. Y retomó su viaje al pasado. Recordó sus años fuera de Cantabria. Recordó cómo invirtió parte de su dinero en la construcción de una bolera privada. Como contó con los servicios de los mejores nutricionistas, preparadores físicos y psicólogos deportivos, especialistas en deportes individuales. Los contrató en exclusiva desplazándolos durante el año que duró la construcción de su bolera a Cantabria para que conocieran nuestro deporte. Solo así podrían ayudarle a conseguir su objetivo de ser campeón de la máxima categoría.

Durante los primeros meses mantuvo el contacto casi diario con su amigo Felipe. Tantas temporadas jugando juntos dejaron huella. El hecho de que ambos pertenecieran al mismo estrato social también ayudó. Tantos años compartiendo experiencias en los mismos clubes elitistas privados hicieron el resto.

Pero el tiempo y la distancia fueron más fuertes. Y aquella amistad juvenil terminó por desvanecerse. Sus chats habían quedado tan abajo en la lista del whatsapp que hasta dejaron de felicitarse las fiestas, por la simple pereza de deslizar el pulgar para reenviar las chorradas navideñas.

Daniel, centrado exclusivamente en prepararse física y mentalmente para su objetivo apenas se dio cuenta. Felipe, absorto por sus obligaciones como presidente de la élite bolística, tampoco percibió el evidente distanciamiento.

Daniel completó con éxito su duro programa de perfeccionamiento. Felipe logró por fin la tan ansiada unidad entre los presidentes de la Asociación. Su sintonía con la nueva presidenta de la Federación Cántabra de Bolos, Martina, era perfecta. Felipe y Daniel, por separado habían culminado con éxito sus proyectos vitales. Ya no se necesitaban el uno al otro.

Felipe además, había conseguido que, tras el indulto presidencial, el antiguo patrocinador de su liga, animado por el cambio de gobierno y lo que ello suponía para su empresa, volviera a poner los euros encima de la mesa de la Asociación.

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