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Los tiros en el pie de la División de Honor

Vaya por delante que me importa bastante poco la División de Honor, gozan de una falsa autonomía que no es tal, y que a mi juicio está muy mal entendida y peor aprovechada.

Sin entrar en sus interesados orígenes, digo falsa autonomía porque no deja de ser una asociación privada sujeta a los designios de la asamblea de la Federación Cántabra de Bolos. Que nadie piense que, legalmente hablando, los equipos de División de Honor pueden hacer lo que les venga en gana. Pueden repartirse la cuantiosa subvención del Gobierno de Cantabria como estimen oportuno. Pueden negociar el patrocinio de su liga con las entidades que deseen. Y puede negociar la emisión de sus partidos en los distintos medios. Pero hasta ahí

No tienen potestad para decidir el número de equipos que participan en División de Honor, ni para establecer las fechas de la liga, ni para fijar el número de descensos. Que hasta ahora se haya permitido, mediante la convivencia de las distintas asambleas, es una cosa. La realidad es otra bien distinta.

Las causas que propiciaron la recuperación de la División de Honor y la puesta en marcha de APEBOL han desaparecido. Sus instigadores tampoco asoman por el panorama bolístico. Así que no le veo mucha razón a que la Asamblea siga permitiendo que hagan y deshagan normas a su antojo.

Por todo ello, el análisis no será tan profundo como en otras ocasiones. Ni tengo datos suficientes, ni interés en conseguirlos. Creo que los propios miembros empiezan a darse cuenta de que la lluvia de euros no alcanza. Que la vida está muy cara y que, como no podía ser de otra manera, hay más asientos vacíos que ocupados en sus boleras.

Vamos a empezar por ahí. Por la falta de público en las boleras. Y vamos a ver como, por arte de magia, todo tiene una explicación lógica para los presidentes de las peñas de Apebol. Ojo, digo explicación lógica, no acertada. Se puede llegar a conclusiones lógicas partiendo de premisas erróneas. Por eso el análisis previo nunca puede ser superficial.

El hecho es que se han dado cuenta por fin de que les falta público en sus boleras. Para eso tienen dos explicaciones muy lógicas:

Por un lado la pandemia: la gente de los bolos es gente mayor y tiene miedo a contagiarse en una bolera. Un argumento muy lógico. Sin entrar en consideraciones sanitarias, ya vi el miedo de la gente de los bolos a contagiarse cuando, en plena pandemia, los veteranos estaban deseando jugar la liga más larga de la historia. Un argumento muy lógico, pero poco acertado, bajo mi parecer.
El otro gran enemigo son las televisiones. Claro lógicamente el que ve un partido en streaming o por televisión no suele acudir a la bolera. También es muy lógica aunque equivocada la premisa de que todos los que están viendo el streaming son espectadores que seguro iban a estar en la bolera.

Seamos serios. No creo que ni el 10% de los que ven el partido en directo por Internet sean espectadores robados a sus cada vez más exiguas taquillas. Ni de lejos. Porque esos contenidos no se consumen en directo. Se consumen en diferido. Así que, señores presidentes, las televisiones no son una amenaza para sus ingresos, son más bien una oportunidad.

Una oportunidad única de dar visibilidad a sus patrocinadores a demanda del espectador. Porque ese contenido está en internet para que cualquier interesado lo consuma cuando le sea posible.

Resumiendo, ni la pandemia ni mucho menos las televisiones tienen la culpa de que cada vez haya menos gente en sus boleras. Más bien la tienen ustedes, señores presidentes, que se niegan a aplicar conceptos básicos que mejoran cualquier espectáculo deportivo. Si desean mejorar el acuerdo con las televisiones, libres son de sentarse a hacerlo.

Pero antes intenten tener un poco de perspectiva y traten de ver las cosas desde fuera. Su liga es un coñazo incluso para los que estamos metidos en los bolos. Miren la clasificación y pregúntense qué interés tiene ahora mismo el 80% de los partidos. Ninguno.

Así que por esa vía de una competición atractiva e interesante, pocos espectadores van a atraer cuando más de la mitad de los partidos carecen de aliciente para el espectador. La solución la conocen de sobra: ligas más cortas en las que más equipos se jueguen algo durante más jornadas.

Me pueden replicar que cuentan con los mejores jugadores del mundo, capaces de grandes boladas, y que eso atrae al público a las boleras. Cierto, pero si un partido carece de interés en la clasificación y ambas peñas se empeñan en irse hasta el último tiro, el encuentro es un coñazo.

Siempre es mucho más atractivo ver hacer 45 bolos de quince metros que 33 de 20.

No hace mucho, tuvieron la oportunidad perfecta para arreglar muchos de los males que rodean a la División de Honor. Pero no quisieron aprovecharla, más bien todo lo contrario. Durante el año de la pandemia jugaron una pachanga sin descensos. Al año siguiente una liga kilométrica de 16 equipos y 30 jornadas. Y así malvivieron dos años.

Conviene en estas ocasiones no obstinarse en contemplar el ombligo y aprovechar que en todas las crisis surgen oportunidades. Y esta era perfecta, pero no, primó la máxima de que a más partidos, más ingresos por taquilla. Un ombligo apetitoso la verdad. Y esto impidió mirar un paso más allá.

Dieciséis equipos. Una oportunidad de hacer dos grupos de ocho. Catorce partidos de liga regular. Los cuatro clasificados de cada grupo jugarían un playoff por el título. Y aquí las fórmulas son variadas. Pero puestos a añorar lo que nunca jamás sucedió, imaginemos que se hacen dos grupos más de cuatro mezclando los ocho equipos.

Esto resulta en seis partidos más para los 8 primeros clasificados de la liga regular (4 de cada grupo). Sumados a los catorce anteriores tenemos 20 partidos. Sí, ya sé que otros 8 se quedan sin jugar. Pero qué queréis que os diga, la idea de esto es competir, un aliciente que con 16 equipos se antoja imposible, al menos para el 70% de los mismos.

Finalizada la segunda fase podrían enfrentarse en eliminatorias a doble partido los dos primeros de cada grupo. Sumando en esta fase otros dos partidos más y una hipotética final entre los dos vencedores de esta semifinales harían un total de 23 partidos jugados.

Y todos ellos con un denominador común: casi seguro que habría algo en juego. Y eso significa público. Y público significa euros en taquilla.

Pero el sueño se desvaneció y se optó por asegurar el dos. Ocho bolas a la panoja sin pena ni gloria. Tostón asegurado, como así fue la liga eterna.

Insistir en hacer trampas al solitario solo sirve para engañarse a uno mismo. Y por ese camino optaron los que rigen los designios de la élite holística. En el fondo me da igual. Cada uno derriba su casa como quiere. Soluciones tienen en sus manos. Si prefieren echarlas por el desagüe es su problema. Apoyos en aquella asamblea teledirigida no les habrían faltado, estoy seguro. Igual es el momento de darles el empujón que necesitan…

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