¿Se puede domesticar a una cebra? Poca gente lo ha logrado. Muchos lo han intentado. Y al final, la inmensa mayoría desiste. Por sus características genéticas, la cebra es mucho más eficaz en las tareas que desempeñan los caballos. Mayor velocidad, mayor potencia, mayor fuerza, mayor resistencia. Sin embargo, el équido por excelencia es el caballo. Algunos dicen que eso ha permitido a esa especie equina llegar hasta nuestros días y ser mayoría. Esa poca resistencia a la domesticación, lo ha hecho perfecto para muchas tareas en las que, aunque lo más beneficioso sería emplear una cebra, se opta por el caballo para evitar las dificultades que presenta el uso del rayado animal.
Aún así hay gente que se resiste a la evidencia y, consciente de los beneficios de emplear a una cebra, trata de domesticarla siguiendo los mismos métodos que se emplean con los caballos. Y, aunque comparten muchas características, las cebras son cebras y los caballos son caballos. Los métodos que sirven para los caballos, no funcionan con las cebras.
Y es que las cebras tienen un temperamento menos dócil, más explosivo, son impredecibles y más resistentes a la manipulación humana. No así los caballos y, mucho menos el otro pariente lejano, el burro. Ambos son mucho más dóciles y controlables. En los caballos resulta más sencillo separar carácter y desempeño. En las cebras es prácticamente imposible.
Las cebras están acostumbradas a defenderse de los predadores. Tienen que estar pendientes de leones, guepardos, hienas, cocodrilos… El caballo tiene una vida más tranquila.
Esto también hace que las cebras deban estar en constante alerta y que tengan que ser muy rápidas y ágiles. Además, si tienen que defenderse, una coz de una cebra puede partir en dos la mandíbula de un león. Por otra parte cuentan con una precisión casi quirúrgica. Solo necesitan una coz para alcanzar su objetivo donde el caballo precisa de más intentos. Cuando escapas del ataque de un depredador, esto tiene su importancia. Un fallo es la diferencia entre la vida y la muerte.
Te estarás preguntando a qué viene este rollo un sábado por la mañana. Qué tiene que ver con los bolos en año electoral. A primera vista nada, eso es evidente. Pero es lo de siempre: el resentido incendiario haciendo de las suyas. ¿Por qué no se calla? ¿Por qué siempre tiene algo que decir? ¿No se da cuenta de que no suma?
La misma canción, cambiando de intérprete constantemente. Como ya me la sé, la tarareo cuando me apetece. Lo explicaré una vez más, no tengo problema en hacerlo las veces que haga falta. Ya sé que no va a servir de nada y sé por qué no va a servir, pero por intentarlo que no quede. Soy muy tozudo.
Lo primero y que salta a la vista para cualquiera: soy raro. Difícil de clasificar. No encajo bien en ninguno de esos cajones que tenemos para catalogar a las personas. Cualquiera me puede meter en el cajón que mejor le parezca, que, al poco tiempo, se da cuenta de que no es mi sitio.
Aquí creo que está el error principal de todos aquellos que intentan domesticarme: meterme en el cajón equivocado. Porque una vez piensan que han encontrado el cajón, aplican los mismos métodos que se emplean con los que allí están. Y, como la culpa no la quiere nadie, el culpable acabo siendo yo.
El que comete el error, por las prisas, de meterme en el cajón equivocado no es responsable de nada, todo lo hace bien. Es como si encuentras un calcetín en el cajón de los calzoncillos. Todos sabemos que la culpa es del calcetín que se ha metido en el lugar equivocado. No vayamos a pensar, por un momento, que el calcetín no escoge el cajón en que le meten. La explicación que evita la culpa es que el calcetín tiene autonomía y vida propia y decide que se encuentra más a gusto con los calzoncillos. Algo así como cuando encuentras un niño, un balón y una ventana rota. La historia es obvia, pero el niño se empeña en que el culpable no es él.
Así que, para todos los que no se han enterado aún: escribo lo que me apetece, cuando me apetece, donde me apetece y para quién quiera leerlo, que haberlos haylos. Pero vamos con una novedad: lo hago porque considero que es la mejor opción en ese momento, en esa situación y en el contexto en el que nos encontramos. Porque, el destino me ha dado la oportunidad de hacerlo. Y, además, la genética me ha concedido la facilidad de hacerlo de esa manera.
Llegados a este punto, te invito a hacer un ejercicio mental muy sencillo: seguro que de todas las personas que conoces, cada una afronta las tareas de una manera diferente. Unos lo hacemos de manera rápida e intuitiva y otros prefieren tomarse su tiempo y avanzar paso a paso. Ninguna de las dos opciones es mejor que la otra, son diferentes formas de procesar el mundo.
Y como considero que las oportunidades hay que aprovecharlas, lo hago. Y lo hago a mi manera porque puedo hacerlo a mi manera. Es la que me satisface. Ni mejor, ni peor que las demás. Pero igual de respetable. Y si lo puedo hacer desde una perspectiva que cuenta con una mayor amplitud, pues no voy a ponerme unas orejeras para ignorar todo lo que percibo como relevante. Eso me impediría aportar una solución eficiente.
Si te dan la oportunidad de contemplar la bahía de Santander desde lo alto de Peñacabarga y tu prefieres hacerlo a pie de costa, no puedes pretender que los demás desaprovechen la oportunidad de contemplar un horizonte más amplio solo porque tú tengas miedo a las alturas.
O al contrario, no puedes obligar a nadie a subir a la cima, si tiene un miedo visceral a las alturas. Sería cruel y despiadado, además de muy poco ético. Yo me limito a contar lo que veo desde allí sin obligar a nadie a escucharlo, ni a compartir esa visión de vértigo para algunos.
Al igual que yo no obligo a nadie a superar su miedo a las alturas, espero que nadie pretenda obligarme a mi a permanecer a pie de costa y perderme lo que se ve desde arriba. No es justo ¿verdad?
Siguiendo con el ejercicio mental, yo prefiero cuestionar, explorar todos los detalles o encontrar múltiples soluciones. Otros prefieren seguir una estructura clara y definida sin adentrarse en lo arriesgado o lo desconocido. Repito otra vez: maneras diferentes de afrontar los problemas, ninguna mejor que la otra.
Y ahí se sigue incidiendo en el error cuando tratas de domesticar a una cebra. Primero la tratas como a un caballo. Y luego pretendes despojarla del carácter y temperamento que la define. Y, claro , la culpa es de la cebra, porque como el calcetín, se ha metido en el cajón que no le corresponde.
Y no satisfechos con eso, la culpable de ese temperamento y de esas ganas de escalar es la cebra, obviamente. Debe despojarse de todo eso que la diferencia para adaptarse al resto de compañeros de cajón. El calcetín debe convertirse en un calzoncillo. Eso sí, debe comportarse como un calzoncillo pero manteniendo las ventajas del calcetín.
Porque un calcetín tiene una serie de usos que no tiene el calzoncillo. Y ahí está la parte interesante: pretender que la cebra haga lo que hacen las cebras pero siendo un caballo. Y no, las cebras son cebras, los caballos son caballos, los calcetines son calcetines y los calzoncillos son calzoncillos. Y la vista que tienes desde arriba es diferente a la que tienes desde la playa.
Resumiendo para los que pretenden que me calle y a la vez aprovechar las ventajas que puedo aportar: es imposible. Si se quieren ahorrar úlceras de estómago les recomiendo que adopten otras estrategias. Las que se usan con los caballos (el ataque, el insulto, la fusta, las espuelas…) no funcionan. Simplemente porque no soy un caballo.
Volviendo a la comparativa de cómo afrontamos los problemas. Ambos enfoques son complementarios. Yo eso lo tengo muy claro. Mi manera de ver el mundo necesita de otros enfoques que la modulen y la mejoren. Acepto que hay muchas maneras de afrontar los problemas. Esa, y no otra, es la esencia del trabajo en equipo. Al consenso se llega, nunca se impone. Porque cuando llegas al consenso a través de distintos enfoques, ese consenso te permite avanzar. Si el consenso se impone unilateralmente, hay que estar presionando constantemente para mantenerlo porque no se ha alcanzado de manera natural.
Así que, al final, todo se reduce a esto: no se puede pedir a una cebra que deje de ser cebra. Tampoco puedes obligar a alguien a renunciar a su esencia solo para encajar en un molde que no le pertenece. Al igual que la cebra seguirá resistiendo cualquier intento de ser tratada como un caballo, hay quienes, por naturaleza, se aferran a su libertad, a su visión única del mundo, y no se conforman con vivir según las reglas de otros. E igual que se respeta a los que si lo hacen, es de justicia respetar a los que no.
Y eso, lejos de ser un defecto, es precisamente lo que les hace especiales. Quizás, en lugar de intentar domesticarlos, lo mejor sería investigar y aprovechar lo que los hace diferentes y aprender a valorar su perspectiva.
Así que, como la cebra que se resiste a ser domada, yo también prefiero mantenerme fiel a lo que soy, a mi naturaleza. No espero que me entiendan o me acepten todos, pero sí que respeten mi decisión de no seguir el camino que otros creen que debo andar. Lo he intentado en innumerables ocasiones, pero no lo he logrado. No soy capaz. No encuentro la motivación necesaria para lograrlo y, os aseguro que supone un gran esfuerzo.
Porque, en la vida, hay quienes prefieren la costa, y otros que, con todo y con el vértigo, eligen la cima. Yo elijo la vista desde lo alto, porque para mí, es la única manera de ver el horizonte completo.
No, no puedes domesticar a una cebra porque ha nacido para ser indomable. Quien intenta forzarme a encajar, fracasa. No me amoldaré ni renunciaré a lo que soy para complacer a nadie. Prefiero romper las reglas que seguir un guión que no escribí. Pero no porque no haya leído el guión. Lo he leído y no me parece completo. Desde arriba veo otro horizonte y me sale otro guión que sé que puede funcionar mejor. Y si se que algo se puede hacer mejor, no estoy programado para no llevarlo a cabo. Qué le vamos a hacer. En eso soy igual que todos, creo.
Soy como una cebra: salvaje, impredecible, incontrolable. No voy a ser lo que otros quieren. Si esperas que me calme, que me someta, que siga el camino que otros han trazado, te advierto algo: no va a pasar. Mi libertad es absoluta, y no hay vuelta atrás.
Si no te gusta, no lo leas, nadie te obliga.
P.D. En el título hablaba de 500 samurais, y yo mis promesas las cumplo. Invito a todo el que no la conozca a indagar sobre la batalla de Shiroyama. Yo tuve conocimiento hace unas semanas, un sábado por la mañana. Podéis buscar en internet, podéis ver el final de la película El último Samurai, podéis escuchar la canción de Sabatón, en inglés, que narra lo acontecido el 24 de Septiembre de 1877 en Kagoshima.
De cualquier forma, espero que cada uno saquéis vuestras propias conclusiones haciendo uso de esa manera única de ver el mundo que cada uno tenéis. La mía la expondré próximamente y podréis leerla si queréis. Y podréis estar de acuerdo o no. Pero vuestra interpretación será única y será imposible que os la arrebaten.