A cualquiera que le preguntes te dirá que los bolos son un juego que se ha convertido en deporte. Nada más lejos de la realidad. Nos falta un paso que, viendo como están los bolos pinados, no daremos en la vida.
Y no daremos ese paso porque a poca gente le interesa darlo. Porque supondría la desaparición de todos esos cortijos que se han creado en los bolos. Cuando miras los bolos tratando de averiguar si son un juego o un deporte, te trasladas a alguna región del sur de España donde la imagen del señorito está grabada a fuego en sus costumbres.
Aquí, en Cantabria y en los bolos no vamos a ser menos. Nos sobran cortijos de todos los tamaños. Incluso hemos padecido durante años que nuestra máxima institución haya sido el cortijo más grande de todos. Y así, con esas costumbres tan aldeanas como son los cortijos, esto seguirá siendo un juego de aldea. Le duela a quien le duela, porque lo que más separa a los bolos de llegar a ser un deporte es su falta de justicia deportiva o el poco y mal uso que se hace de ella.
En los bolos somos más partidarios de arreglar los problemas entre los señoritos del cortijo. Sin justicia deportiva efectiva. Los bolos jamás serán un deporte. No es de extrañar, por ello, que cuando cualquiera en su legítimo derecho recurre a la misma, se arme un revuelo monumental. Aquí las cosas se arreglan por el atajo. Como toda la vida. Un comité de competición. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Si ni siquiera la gente conoce lo que es el Comité de Competición ni a qué se dedica. El Comité de Competición lo forman tres personas, nombradas por el presidente de la Federación en uso de sus competencias, con la obligación de que al menos una de ellas sea jurista. Y están ahí como órgano independiente para aplicar e interpretar las normas y reglamentos aprobados por la Asamblea de la Federación Cántabra de Bolos.
Resumiendo, es el órgano que se encarga de que los señoritos no campen a sus anchas. Y no, el Comité de Competición no actúa de oficio. Hay que poner en conocimiento del mismo los hechos que queremos que estudien. Una vez estudiados, resuelve y si no estamos de acuerdo con la resolución, podemos recurrir al Comité Cántabro de Disciplina Deportiva.
Todo esto es la teoría de cualquier deporte. Por eso me niego a considerar los bolos como deporte. En tanto en cuanto, sigamos negándonos a dar trabajo al Comité de Competición.
Y todo esto viene a que en la temporada, en la que más desconectado y apartado de las boleras he estado, he vivido situaciones que convierten nuestro deporte en un juego vulgar, más propio de un patio de colegio, al que solo le faltan los maestros vigilando el recreo.
Comenzaba todo con unas declaraciones de un jugador que fueron denunciadas al Comité de Competición y muchos se rasgaron las vestiduras. Que si un calentón, que si libertad de expresión.
¡Vaya hombre!. Uno de esos que se rasgaron las vestiduras ya podía haber opinado así cuando yo afirmé que la peña en la que él militaba había arreglado un empate. Ocurrió una jornada en la que diluvió en Santander y se saldó con un único partido jugado que acabó en empate. Caprichos de la climatología.
Y yo, por hacerlo público, acabé frente al Comité de Competición, denunciado por el mismo que ahora apeló a la libertad de expresión y a un calentón. Acepté la reprimenda y el mundo continuó girando y no pasó nada. Los bolos, si son deporte, deben tener justicia deportiva y nadie debería escandalizarse por ello.
Luego llega a mis oídos que se produce una situación un tanto extraña en la que en un concurso de peñas por parejas se clasifica una peña para la final. Uno de los componentes de la pareja, al parecer, no puede acudir a la misma y en su lugar acude a disputarla un jugador de otra peña distinta.
Para mayor complicación del asunto, el jugador que acude en sustitución ya había participado en la fase clasificatoria con su peña de origen. No entro a discutir la legalidad del hecho, que para ello tiene doctores la Santa Madre Iglesia, pero dudo que en ningún deporte serio se permitan estos comportamientos.
Como supondréis, para terminar de poner la guinda al pastel, la pareja de hecho, constituida para la ocasión, se alzó con el triunfo final y el premio económico. ¿Alguien ha presentado denuncia de los hechos ante el Comité de Competición? Creo que no, y nadie parece estar dispuesto a hacerlo. Y si el Comité no se entera, tampoco puede actuar. La seriedad deportiva brilla por su ausencia una vez más.
Por otro lado, también me comentan que comienzan a sonar tambores de alineación indebida y actas que poco se ajustan a la realidad en alguna liga. Se dice, se comenta, se rumorea que un equipo ha participado en la liga con un jugador de categoría superior. Y después de escuchar el motivo es para aplaudir públicamente a la peña supuestamente infractora.
Lo digo sinceramente, para aplauso público y para que sirva de ejemplo de cómo los bolos pueden ser de ayuda.
El fondo de la cuestión es digno de elogio, pero lo marrullero de las formas deja mucho que desear. Si queremos considerarnos un deporte, solicite usted a la Federación el permiso para alinear al jugador en el equipo correspondiente antes del comienzo de la Liga. Nadie en su sano juicio se lo negaría. Ningún equipo pondría un solo pero.
No espere usted a que suenen de fondo los ecos de denuncia para esgrimir su defensa a modo de sutil amenaza. Ni es deportivo, ni de caballeros, ni es justo. Cualidades que deberían tener los bolos si queremos presumir de deporte.
Y esto que haya llegado a mis oídos en bolo palma. Por desgracia, creo que no es la única modalidad de las cuatro que practicamos en Cantabria en la que los señoritos campan a sus anchas. Hacen y deshacen a su antojo porque están convencidos, que el bien y el mal está por debajo de ellos y que así se ha hecho toda la vida. Por fortuna, aún queda gente, muy poca, es cierto, que no tragan con los señoritos que tanto daño hacen a un juego condenado a morir sin crecer hasta ser deporte.
Finalizemos. Creo que los bolos son un compadreo, muy lejano de ser considerado deporte, en el que no interesa que se ejerza la justicia deportiva, porque ello dejaría a la luz todas nuestras vergüenzas. Otro de los motivos por lo que cada vez más crece el número de personas que abandonan la práctica de nuestro juego de forma federada. Ni hay seriedad ni se la espera.